

El día había terminado de lo más normal: casi como siempre, había renegado con mis alumnos, con otros bromeando o riéndonos de algo, tratando de disfrutar algunos de los escasos momentos en que veo a mis alumnos, a todos en general, hacer su tarea, eso es como para enmarcarlo en un cuadro y colgarlo en mi pared de “triunfos”.
Cuando estaba a punto de llegar a mi casa, cuando estaba por bajarme en el paradero, me percaté que muchas de las miradas de los caballeros que transitaban por el Ovalo Balta, tenían algo en común. Todos miraban a una chica que presentaba un acto público en la pista, ahí, mientras el semáforo duraba los 59 segundos en rojo, la chica con aspecto de gitana que movía unos abanicos mientras su agraciada figura se movía como si estuviera bailando ballet, era como ver a una de las bailarinas del Lago de los Cisnes en el paso peatonal de la esquina de mi casa y obviamente que cuando terminaba su pequeña actuación y la chica empezaba a pedir la colaboración correspondiente, todos los hombres que en su mayoría estaban estacionados en esa calle, sin duda alguna y de manera presurosa sacaban su respectiva cuota, algunos la miraban y le sonreían, otros más avezados trataban de entablar una conversación o revestirla de piropos y frases bonitas que no le llegaban ni a los talones.