
A: José B. Adolph y Francis Oyola (grandes maestros que moran en la eternidad gloriosa)
Porque a veces la letra con sangre entra…
La tarde gris anunciaba que el día de clases sería aburrido; con sólo imaginarme a ese profesor de matemática que tanto odiábamos y al vago profesor de historia que teníamos, mis ánimos estaban bajando rotundamente. La voz de todo joven en su interior al saber que hoy le tocaba ese curso me decía que una vez más no vaya al colegio, que me tire la pera, pero mis temores a jalar el curso por segunda vez me empujaban a ir al colegio.
La formación fue de lo más normal, de lo más aburrido, y entrando a mi salón recién me acuerdo que el profesor de historia al cual llamábamos, Forza, había dejado un montón de tarea, busqué con la mirada a mi compañero Poggi, el policía escolar, el maldito chancón del salón, para que me preste su cuaderno pero una vez más se negó. Le propiné un lapo (golpe) en la cabeza y le dije que afuera lo iba agarrar a patadas. Cosa que siempre lo amenazaba pero nunca lo hacía porque él era un buen tipo.